martes, 20 de octubre de 2015

EL secuestro de Jesús




La multitud se abalanzó enardecida sobre los muros del templo. Ya habían quemado varios y éste era uno de los pocos que quedaba en la zona. Los cristianos parapetados dentro de sus muros, habían convertido la antigua casa de oración en un arsenal de guerra; donde antes habían instrumentos musicales, hoy habían fusiles, donde antes habían biblias, unas cuantas cajas de balas ocupaban su lugar. Era necesario, debían defenderse, debían sobrevivir.
De pronto el ruido del exterior cesó. Los sitiadores, esos malditos herejes que solo querían destruir la sagrada institución, ofrecieron una tregua, querían negociar. La bandera blanca ensangrentada invitando a la paz, desafiaba el orgullo bélico de los cristianos. Tal como en las cruzadas como antaño, como en Münster, como en San Juan de Acre y como en Waco, no querían negociar, solo querían enviar al infierno a los sitiadores antes de ellos mismos ascender al cielo por defender su fe, un absurdo sentido del deber del martirio los embargaba y motivaba.
- ¡Queremos hablar! - se escuchó un grito desde fuera. El líder de los sitiadores arriesgaba su vida portando la bandera que debería invitarlos a la paz. - ¡Tenemos que hablar! - se volvió a oír.
El pastor accedió, al líder de los sitiadores le permitieron ingresar. Era un antiguo miembro de esa misma iglesia, un hermano de ellos con el que por años compartieron el pan y las "lectio divina".



- (H) Pastor.
- (P) Bienvenido hermano, diga lo que tenga que decir.
- (H) Usted sabe que por años fui miembro de esta iglesia, que salíamos a predicar juntos cada fin de semana, que diezmaba sagradamente incluso más de lo que tenía, que a veces dejaba a mi familia de lado por estar más tiempo en la iglesia, y en el peor de los casos los obligaba a acompañarme.
- (P) Lo se.
- (H) Allá fuera, Pastor, hay mucha gente como yo, que se ha dado cuenta que en los templos solo hay vacío y podredumbre. Nosotros buscamos un Cristo que nos libere de las ataduras que nos atosigan, y en cambio, encontramos más ataduras que nos oprimen aun más. Una gran cantidad de reglas sin sentido, hermanos más preocupado de lo accesorio que de lo principal, gente que solo venía acá porque no tenían con quien sociabilizar en sus vidas, sin ningún tipo de amor por el prójimo y menos un entendimiento de lo que significa ser cristiano.
- (P) Hermano, sus palabras son fuertes.
- (H) Hablar no nos matará Pastor, si hubiéramos hablado antes se habrían evitado muchas muertes inútiles.
- (P) Continue.
- (H) Estoy aquí Pastor, porque les exigimos que ustedes, la Iglesia, nos devuelvan al Cristo. Ese Cristo que bendecía a los leprosos, que hablaba con las mujeres extranjeras, que bebía a destajo con sus amigos, que nunca negó a las prostitutas, y que se hizo uno con los que sufren. El amigo de los olvidados, el Cristo de los pobres y los oprimidos. Libérenlo, porque desde que la Iglesia existe como tal en el mundo cristiano, lo tienen secuestrado, maniatado, torturado y asesinado. Y lo resucitan sólo para volver a maniatarlo, torturarlo y asesinarlo, para resucitarlo otra vez y luego continuar repitiendo el ciclo.
Devuélvanlo a quienes les pertenece, al mundo por el que murió.
Entonces el Pastor comprendió la gravedad y el origen del problema, se sentó, puso sus manos en su cara y largó en llanto. Entre sollozos, le dijo al antiguo hermano que aun estaba frente suyo:
- (P) Hermano, ese Cristo que usted me exige que le devolvamos, lamento no poder hacerlo. Nosotros tampoco lo tenemos.
Y el pastor tomó un revolver, colocó el cañón en su boca, y disparó.



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